"Vivimos al borde del sentido."

1.17.2016

Maribel.

Una mujer sentada, sola en una mesa para uno, una taza perfectamente blanca frente a ella. Dos cucharadas de azúcar y a revolver hacia la izquierda, luego a la derecha y de nuevo a la izquierda, como si fuese su rutina diaria. Su expresión parece insensible, no es tristeza ni rabia, no es amor ni desamor, es inexpresiva, pero te cuenta todo lo que ha vivido.
Parece tener 63, pero su vestido rojo y sus zapatos negros te revelan otra edad, sus labios vino y su chaqueta larga te explican su vida y su muerte.
Su pelo es blanco y largo, recogido en un peinado inentendible, pero perfecto. Maribel se llama, su apellido no es de importancia, porque no para de mirar por la ventana con expresión ansiosa, como un niño mira la llegada de sus padres después del trabajo esperando que ésta vez sí jueguen con él, y se enorgullezcan cuando les muestre su nota en esa asignatura que tanto le cuesta. Al igual que ese niño, Maribel mira con esperanza y con claridad de que eso que tanto espera no va a suceder, es sólo una imagen perfecta en su mente que debe quedarse así, como los amores platónicos, porque la idealización se pierde cuando los conoces y descubres que son humanos, como todos, y no te van a hacer sentir de la maravillosa forma en que te hacían sentir en tus sueños.

Maribel bebe un sorbo de café, no le gusta, pero sigue tomando, y anhelando. Ahora abre su cartera negra, toma un libro y lo abre sobre la mesa, mira la hora, una mirada rápida a la ventana y quita el marcador, pasa su lánguido dedo por cada línea, acerca su nariz a las páginas amarillentas y respira como si fuese su primer respiro, mira por la ventana, toma café y observa su huella de labios al borde de la taza, la limpia con una servilleta y la guarda en su bolsillo.
Maribel de 23 años sigue esperando la llegada de alguien, un humano que no la deje, como sus padres, como su esposo, como sus hijos, como sus amigos. Maribel es la única que sigue viva, y no entiende porqué.
Yo tampoco entiendo porqué.

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