"Vivimos al borde del sentido."

1.11.2017

Gaspar

    El cielo estaba empezando a iluminarse, las horas habían pasado sin que se diera cuenta, igual que la vida. Ya era 16 de Julio y ahí seguía él, sentado, mirando el cielo tras pasar toda la noche observando el horrendo reflejo de la luna en el Mapocho. Al ver la luz del amanecer, sus ojos se empaparon, porque sabía que ya salía otra vez el sol, que ya era el día en el que él perdía otro año más de su vida. 
    Hacía trece años que no trabajaba, ahora con 78 recién estaba empezando a preocuparse de sí mismo. Y mirando el amanecer se sumía en el arrepentimiento más grande, porque nunca cumplió nada de lo que alguna vez soñó. Pasó toda la vida pensando que iba a tener tiempo para cumplir sus proyectos después. Pero ahora que lo veía con tantos años y experiencias encima, sabía que no era del todo su culpa. Desde muy niño siempre tuvo que hacerse cargo de las cosas, sus padres le recordaban a diario que él debía ser responsable, que el dinero era muy importante, que estudiara para tener buenas notas, que entrara a la universidad y que recibiera su título para conseguir un buen trabajo, que encontrara una buena esposa, se comprara una linda casa y tuviera 3 hijos.
    Que fuera feliz. Que tuviera estabilidad.

    Recién ahora estaba dándose cuenta de que la felicidad no es la estabilidad. Aunque claramente ayuda, el tener dinero y un lugar donde vivir. 

"Claro que ayuda." - murmuró.

    Pero él también entendía porqué sus padres le decían eso. Su padre era un hombre honrado y humilde, que no había terminado el colegio y trabajaba de forma esporádica por poco dinero. Mientras su madre era una mujer trabajadora que no terminó la universidad porque había quedado embarazada. Cuando terminó de criar a su primer hijo, decidió entrar a trabajar, pero como no tenía ningún título, dado que lo que quería estudiar era una carrera mal cotizada, también tenía trabajos con malos horarios y peor paga.

    Gaspar los detestó por muchos años, quizás más de los que debió. Pero al final los perdonó, porque entendía que para ellos la felicidad era la estabilidad. Dejar de andar corriendo todos los días, partiéndose el lomo para recibir un poco de dinero a fin de mes.
    Gaspar estaba lleno de arrepentimiento. Por odiar a sus padres sin entenderlos, por haber dejado que las ideas de ellos calaran tan profundo en su propia noción de felicidad y por no haberse dado cuenta antes de que debía haber hecho las cosas de otra forma.

"Ay mamá. Ay papá." - dijo mirando al cielo.

    Hoy, ya con 78 años, recién se había perdonado a sí mismo. Lamentablemente el perdón no quita el arrepentimiento. Tenía tantos sueños, tenía tantos proyectos, quería conocer tantos lugares y ayudar a tantas personas. Pero en vez de hacer eso, tuvo buenas notas en el colegio, estudió en una buena universidad, recibió un importante título, trabajó en una oficina de 8 a 6 por 40 años hasta que ni su cuerpo, ni su mente daban más. Conoció a una buena mujer, compró una linda casa en un buen barrio, tuvo 3 hijos, puso todas las protecciones posibles para que su familia y sus cosas estuvieran seguras y vivió viéndolos un par de horas al día, más fines de semana. Vivió contando los días para salir de vacaciones, ahorrando dinero para llevar a su familia a algún lugar bonito donde descansar, calculando los años que le quedaban para empezar a tener tiempo.
  Perdió su vida esperando a tener tiempo.

    "Eso es lo que nos hace el sistema." - decía en voz alta, mientras las luces de las calles empezaban a apagarse y la ciudad se despertaba lentamente. A través de las ventanas veía madres sirviendo apuradas el desayuno a sus hijos, mientras los regañaban porque llegarían tarde, padres que ya se habían ido a trabajar. El sonido de autos, alarmas, bocinas y motores llenaba la ciudad. Pero a Gaspar le encantaba ver las luces en las ventanas de los edificios, era pacífico y terrible al mismo tiempo. Todos sobreviviendo, trabajando, sin darse cuenta de lo que pasa. Sin entender, sin siquiera cuestionárselo.

"Eso es lo que nos hizo la educación." - Le gritó a un joven empresario que pasaba en bicicleta por el Parque Forestal.

    "Nos dicen que así es la vida, que esto es lo que tenemos que hacer, cuando en realidad llegamos aquí sin pedirlo ni quererlo. Llegamos aquí a vivir una vida que nadie desea. Aparecemos en este lugar hostil, lleno de otros como nosotro. Nos obligan a trabajar para personas que no conocemos, mientras ellos crecen y nosotros nos achicamos, mientras ellos nos aplastan. Trabajamos toda la vida esperando recibir alguna recompensa, pero lo único que recibimos es la destrucción, lenta, de nuestros sueños, nuestros ideales y nuestra dignidad. Lo único que hacemos es vivir en lugares diminutos sin siquiera un árbol que nos de sombra, comprando cosas como locos, porque es lo único que nos hace creer que vamos bien, que esto es lo que queríamos de la vida, que somos grandes como la cantidad de cosas que tenemos.
   Cuando en realidad, aparecimos aquí porque distintos químicos se unieron azarosamente hasta que un corazón empezó a latir, sangre corría por venas, como combustible corriendo por mangueras de autos y paf, despegamos para contaminar todo lo que somos en el interior. Entendimos todo mal, el combustible no es la comida más cara, es el amor. A esta perra vida le falta mucho amor."








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